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Portada · Ensayo · Un mito llamado felicidad

Un ensayo sobre un mito, tan antiguo y tan actual, que tiene que ver con los griegos, tu Instagram, tu reloj inteligente y con esta obsesión contemporánea que es, como dice el historiador Thomas Carlyle, «la sombra de nosotros mismos».

Un mito, dice el Diccionario de la Real Academia Española, «es una persona o cosa a la que se le atribuyen cualidades o excelencia que no tiene». ¿Y si la felicidad fuera otra cosa que lo que creemos? ¿Y si la idea que tenemos de ella fuera como la Santa Claus y siguiéramos esperándolo bajar por la chimenea con regalos? Los humanos hemos pasado los últimos 200 años buscado la felicidad como si fueran pepitas de oro.

Don´t worry Be happy

Un día, cuando estaba en la secundaria, en los felices 90, cuando le pregunté a una compañera que llegó a sentarse junto a mí, así, a quemarropa: Y tú, ¿eres feliz? La niña me miró, se le pusieron sus ojos vidriosos y profundamente tristes, y me dijo: No, la verdad no. Pensé entonces, que esa pregunta era como un arma punzocortante que debía guardarse bien y bajo llave. Pero cuando me han llegado a preguntar a mí—en un acto karmático, dirían los budistas—, ¿cuál es el sentido de la vida, qué es la felicidad o si yo soy feliz?, me hacen recordar siempre la cara devastada de Lorena.

Aquí ni Google ni Wikipedia puede dar una respuesta. Herodoto, en la primera obra historiográfica de Occidente, Historias, registró un relato sobre la búsqueda de la felicidad. Utilizó el adjetivo eudaímon, para referirse a una vida abundante y con suerte. Antes que él, Hesíodo, ya había descrito la eudaimonía en su frase: «Feliz y afortunado el hombre que conoce y respeta los días sagrados, sabe interpretar los augurios, evita la transgresión y hace su trabajo sin ofender a los inmortales dioses».

Cada filósofo griego dio su opinión sobre lo que se necesitaba para vivir con virtud: Epicuro, ejercitarnos en lo que nos regocijaba. Epicteto, conquistar la libertad interior. Séneca, que no dejaras que nada te sorprendiera. Aristóteles, en Ética a Nicómaco (una serie de cartas a su hijo), escribió que la eudaimonía era la meta de toda actividad humana. Muchos entienden que decretó para toda la eternidad que el sentido de la vida era la felicidad desde entonces.

Sin embargo, en la Grecia antigua, lo que regía la vida eran los dioses, Zeus y toda su intrincada prole, y el destino decretado. No se trataba de construir una vida, sino de sobrevivir(la). Quienes lo lograban, eran felices. Aunque ese privilegiado honor solo estaba reservado a los dioses (y eso ya era mucho decir). Felicidad, suerte y destino era un trío dinámico en tiempos de Platón.

No es casualidad que casi en todas las lenguas indoeuropeas, el término actual para definir la felicidad esté relacionado con la suerte y el destino. Y hay que decir que todas estas palabras surgieron hasta el final de la Edad Media o a principios del Renacimiento, donde la felicidad era un indicador de la perfección humana, a la par de los santos y los místicos, que no deseaban ni necesitaban de nada. Nadie buscaba pepitas de oro.

La idea moderna de la felicidad no llegó hasta la Ilustración en el siglo XVIII, cuando se les presentó a hombres y mujeres la insospechada invitación de que «podían —y de hecho debían—ser felices en esta vida», apunta el historiador Darrin M. McMahon. La propia Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1789, en el preámbulo del documento garantizó que «la felicidad es de todos». Lo que antes sólo había pertenecido al reino de la divinidad, ahora era una opción más a la cual aspirar como simples mortales.

Entonces, el sabio filósofo Immanuel Kant dijo que ese concepto era tan indeterminado que «nadie puede decir de forma definitiva y firme qué es, lo que realmente desea y persigue». Todo era un caos.

¿La felicidad es placer y euforia sin fin? ¿Es tener dinero o éxito? Si
es un derecho, ¿quién debe proporcionarlo? ¿Es sencillamente un estado
de ánimo? ¿Una fórmula entre placer y dolor? ¿Un premio que hay que
ganarse a costa de dolor y sacrificio? Tras la Ilustración, documenta
McMahon, éstas incógnitas se escaparon de la Caja de Pandora para
angustiarnos cada que la feroz pregunta: ¿Eres feliz?, nos asola, o
cuando de la nada nos llegamos a sentir tristes, aburridos, solos,
perdidos, sinsentido o como verdaderos misántropos o zombis urbanos.

«La ciencia conductista y de la felicidad obtiene sus mayores réditos cuando los individuos acabamos atribuyendo nuestros fracasos y tristezas a nuestros cerebros o nuestras mentes problemáticas».


William Davies · Sociólogo y analista de economía y política.

La industria de la felicidad

Ahora que teníamos que ser felices, había que saber cuánto lo éramos. Esa idea se le ocurrió economista Jeremy Bentham, quien quería saber qué es lo que más nos hace felices y cómo podía cuantificarse. Sus propuestas: medir el pulso cardiaco para medir el placer, y que el dinero podía generarnos esa misma satisfacción. Estaba sentando, en el siglo XVIII, las bases de la investigación psicológica que conformarían las prácticas de negocio del siglo XX, narra William Davies en su libro La industria de la felicidad.

«Cuando el iPhone 6 fue comercializado en septiembre de 2014, sus dos principales innovaciones eran bastante reveladoras: una aplicación que monitoriza la actividad corporal y otra que puede ser usada para efectuar pagos en tiendas. Eran y siguen siendo las dos opciones [para la felicidad moderna]: el dinero o el cuerpo», apunta el sociólogo.

En la era del WhatsApp, del Instagram, describe Davies desde Inglaterra, la felicidad es algo que podría llamarse "emoción experimentada" o "felicidad en tiempo real”. «Ésta es la felicidad momento a momento, en lugar de algo en lo que las personas reflexionan e informan después». Like por like.

La industria de la felicidad: los libros de autoayuda, la psicología positiva, la atención plena, los canales de bienestar en You Tube son parte de nuestra vida cotidiana. Dice Davies que el futuro del capitalismo depende, hoy por hoy, de nuestra capacidad para combatir el estrés y transformarlo en felicidad. Y aunque hasta cierto punto funciona, no trata realmente la fuente de angustia, sino sólo los síntomas.

Felicidad, conductismo y marketing. El trío de esta época. «La ciencia conductista y de la felicidad obtiene sus mayores réditos cuando los individuos acabamos atribuyendo nuestros fracasos y tristezas a nuestros cerebros o nuestras mentes problemáticas», concluye Davies, colaborador de The Guardian. Lorena tuvo que haber escuchado esto.

Felicidad (de verdad)

Dicen los neurobiólogos (de la industria de la felicidad), que el cerebro sólo está programado para sobrevivir, no para buscar la felicidad, por eso se nos fija más lo negativo que lo positivo. Entonces, ¿es posible serlo en esta época de apocalipsis y decadencia?

Jean-Charles Bouchox, autor de Por los caminos de Buda y Freud, nos dice desde Francia que existen dos tipos de felicidad: la relativa y la absoluta, la que quiere un coche nuevo y la que sentimos al ver un atardecer. Buscar la primera nos causa sufrimientos. La paradoja es ponerse en el camino, sin querer llegar al fin, igual que cuando meditas o quieres dormir. Cada vez que quieres algo, generas en tu cuerpo tensión y ésta te causa sufrimiento, nos advierte.

Las claves para estar feliz, según el autor best-seller: aceptar la vida como viene, tener atención sobre las cosas, la generosidad, no juzgar, tener ética, comprender que las dificultades siempre van a existir, pero calma, eso normal. Sin pepitas de oro falsas.

Bouchox afirma que sin seguir un camino concreto no conoceremos ningún despertar. Propone el psicoanálisis, para encontrar los programas que te detienen en tu vida y autorizarte a ser feliz, aunque reconoce que no es apto para aquellos con dificultades para comunicar sus ideas, en su lugar, ellos deberían hacer arteterapia con las manos.

La meditación, en cambio, te lleva a la felicidad absoluta, confiesa: «porque vas a comprender que no eres más importante que otra persona, terminas con el narcisismo. Sin embargo, es para personas con fuerza personal fuerte, porque te vas a dar cuenta de que estás solo, del vacío del mundo en el que vivimos. Tenemos muchas creencias que no son tan importantes, ninguna tiene sentido», afirma el psicoanalista francés.

«Es una locura querer siempre más, más y más, querer es una creencia más que sólo les sirven a los que venden los productos. Vivimos en un supermercado, hay que salir de él».

Jean-Charles Bouchoux · Psicoanalista y escritor.

Desmitificar la felicidad

En chino, «mente» y «corazón» se dicen con la misma palabra: xi, y también quiere decir «sabiduría interna o instinto». En japonés, kokoró significa «el interior», y el tamashi es «el origen de las cosas». En Asia, estos conceptos simbolizan el fuego, tu centro de energía. Lo que significa buscar tus orígenes, tu sexto sentido y hacer lo que te haga feliz.

Nisha Manikantan, doctora en ayurveda, dice que el éxito es una actitud, que es siempre tener una sonrisa sin importar en qué situación estemos. A eso, ella le llama felicidad, estar bien contigo mismo, con tu cuerpo, controlar tu mente, domarla, sí, a través de la respiración, yoga y meditación. «La felicidad es como un gato cuando está dándole vueltas para cachar su cola. Si entendiéramos que está pegada, sabrías que te sigue, que es parte de ti».

¿Qué tendríamos que repensar sobre la felicidad, como un término sobrevalorado o atrapado en mitos ideológicos, históricos, publicitarios o psicológicos?, le pregunto a William Davies, un reputado crítico y experto en felicidad, a nivel global:

—Tendríamos que volver a la idea de la felicidad como algo que literalmente nos sucede a nosotros, en lugar de algo que deliberadamente podemos perseguir o lograr. Tendríamos que dejar de verla como una forma de tratar nuestra salud, ganar más dinero, o de competir con nuestros amigos en las redes sociales. En su lugar, tendríamos que centrarnos en eliminar las fuentes de angustia (exceso de trabajo, publicidad, competitividad excesiva, auditoría excesiva de las organizaciones), y luego respetar el hecho de que los seres humanos tienen la capacidad de ser felices —a veces sí, a veces no — si se les permite el tiempo y el espacio para explorar y crear. Ésa es una noción ética y romántica bastante simple y obvia, que creo que no puede ser discutida. Es idealista, tal vez, en el contexto del capitalismo. Pero hay un área en la que podríamos hacer un progreso real inmediato, que es la educación, y podríamos reducir la demanda constante de rendimiento y logros de los niños en la escuela.

Si yo volviera a ver a Lorena, le diría que para ser felices, hace falta tomar el control de nuestra vida, tener la capacidad de tomar las decisiones que hacen falta, con toda la convicción, con fuerza, y dejarse llevar por la mar, que no augura certezas, pero sí un navegar que nos convierte en humanos.

Cómo se dice "Felicidad" en otras lenguas

Casi en todas las lenguas indoeruopeas, el término actual para definir la felicidad está relacionado con la suerte y el destino.

Happiness, proviene del término «happ», del inglés medio nórdico, y significa «fortuna». Bonheur, del francés «bon», «bueno», y «heur», que significa «suerte» o «fortuna».

Glück, del alemán que significa «suerte».

Felicitá (italiano), felicidad (español), felicidade (portugués), provienen del latín «felix», que significa «suerte» o «destino».

Daniela Flores es periodista, narradora y poeta. Trabajó como coeditora en la revista Fernanda. Ha publicado entrevistas, reportajes, poesía y cuentos en Notimex, Playboy (México, Colombia), Revista de la Universidad de México y Círculo de Poesía, entre otros medios.

Un mito llamado felicidad, es un ensayo ensayo publicado como texto de portada en la revista Fernanda, octubre de 2018.

Una ensayo sobre un mito, tan antiguo y tan actual, que tiene que ver con los griegos, tu Instagram, tu reloj inteligente y con esta obsesión contemporánea que es, como dice el historiador Thomas Carlyle, «la sombra de nosotros mismos».